El secreto de Singapur: la educación
Por: Andrés Oppenheimern
Cuando funcionarios de educación de todo el mundo vienen aquí para ver por qué los estudiantes de Singapur obtienen tan buenos resultados en los exámenes internacionales de ciencia y matemática, no les lleva demasiado tiempo descubrir el secreto: hay una obsesión nacional con la educación.
Es una obsesión que, como pude observar a los pocos minutos de llegar al aeropuerto, se manifiesta hasta en los billetes de dólares del país. Mientras los billetes en Estados Unidos y Latinoamérica muestran imágenes de próceres del pasado, el billete de 2 dólares de Singapur –el de mayor circulación, ya que no hay otro de menor denominación aquí– muestra un aula con los alumnos escuchando atentamente lo que dice un profesor, con una universidad en el fondo. Debajo, se lee una sola palabra: “Educación”.
En el transcurso de una visita de una semana, encontré en todas partes síntomas de esta obsesión nacional: hay bibliotecas públicas en los centros comerciales, enormes titulares en los medios sobre estudiantes que sobresalen académicamente, y un Ministro de Educación que –tal vez sintomáticamente– también es Ministro Alterno de Defensa.
Hay algunas cosas que muchos países latinoamericanos, y Estados Unidos, podrían aprender del papel que ha jugado la educación en este país.
Hace apenas cuatro décadas, cuando Gran Bretaña le retiró a Singapur su estatus de colonia británica, este pequeño país era tan pobre que ninguna otra nación quiso hacerse cargo de su territorio. Su producto bruto en la década de los años sesenta era menos de la mitad del de Argentina, y similar al de México y Jamaica.
Hoy día, en gran parte por su énfasis en la educación, Singapur es el noveno país más rico del mundo en ingreso per cápita. Comparativamente, Estados Unidos ocupa el décimo lugar, Argentina el 81, México el 82, y Jamaica el 123.
En lo que hace a su sistema educativo, la historia de Singapur es asombrosa. Hace cuatro décadas, Singapur tenía un alto nivel de analfabetismo.
Hoy día, Singapur ocupa el primer puesto en los exámenes internacionales TIMSS destinados a evaluar la capacidad de los estudiantes de 4o. y 8o. grado en matemática y ciencias.
La Universidad Nacional de Singapur ocupa el lugar número 30 entre las mejores universidades del mundo del Suplemento de Educación Superior del Times de Londres. Comparativamente, la mejor universidad de América Latina en ese ranking, la Universidad Nacional Autónoma de México, está en el lugar 150.
“Para nosotros, la educación es una cuestión de supervivencia”, me dijo el presidente de la Universidad Nacional de Singapur, Tan Chorh Chuan. “Singapur no tiene recursos naturales, de manera que no podemos sobrevivir si no nos concentramos en formar gente preparada”.
De hecho, este país de 4.6 millones de personas importa virtualmente todo, incluyendo buena parte del agua que consume.
¿Cómo lo hizo Singapur? Según funcionarios y académicos locales, el fundador del país, Lee Kwan Yew, tuvo la visión de convertir a Singapur en un país angloparlante con educación bilingüe, donde los estudiantes aprenden inglés como primer idioma, y su lengua materna –mandarín, tamil o malayo– como segunda lengua. Eso contribuyó a convertir a Singapur en un centro importante del comercio mundial, afirman.
También convirtió el sistema educativo en una de las más duras meritocracias del mundo, que produce trabajadores altamente calificados, y que exporta cada vez más productos de alta tecnología.
La meritocracia académica de Singapur empieza en primer grado, donde los niños son clasificados en un ranking según su desempeño académico, desde el primero hasta el último.
En la primaria Rulang, una escuela pública con 2 mil 100 estudiantes, especializada en enseñanza robótica, los maestros me miraron un poco perplejos cuando les pregunté si informarle a una niña de 7 años que es la última de su clase no es someterla a una presión excesiva en un momento muy temprano de su vida.
“No”, me dijo la directora de la escuela Cheryl Lim. “Les decimos en qué lugar del ranking están para dejarles saber qué lugar ocupan en este momento, y que pueden mejorar el año próximo”.
Según el resultado que obtengan en un riguroso examen nacional al finalizar la escuela primaria, los estudiantes son destinados a diferentes escuelas secundarias, cada una de las cuales tiene una especialidad particular.
Por medio de un proceso que los funcionarios llaman “canalización”, las escuelas identifican las capacidades de los estudiantes, y los encauzan en diferentes vertientes académicas que finalmente los conducen a la universidad o a escuelas técnicas o vocacionales.
Al finalizar la primera etapa del secundario, los estudiantes deben rendir otro examen nacional, y según el resultado que obtengan, pueden ir a institutos politécnicos que producen técnicos especializados, o a institutos de Educación Técnica, que ofrecen certificados en peluquería, asistencia de enfermería y docenas de otros oficios.
Las autoridades educativas y académicas niegan que sea un sistema draconiano. Señalan que los institutos politécnicos y los institutos de educación técnica proporcionan una carrera –y autoestima– a todo el mundo.
“Esa es la joya de mi corona”, me dijo el ministro de Educación Ng Eng Hen en el curso de una entrevista. “Casi todos los países tienen buenas universidades, pero pocos tienen un buen sistema de escuelas vocacionales”.
Mi opinión: por su pequeño tamaño y su régimen autoritario –la broma en Singapur es que aquí hay tanta censura que no se puede ir a pescar, porque hasta los peces tienen la boca cerrada–, no se puede presentar a este país como un modelo a seguir.
No obstante, podemos aprender algo de su obsesión nacional con la educación, y de su red de seguridad académica para estudiantes de bajo desempeño. Tal vez deberíamos empezar por poner la palabra “educación” en nuestros billetes, para recordarnos constantemente de la importancia de un buen sistema educativo en la nueva economía global, cada vez más basada en el conocimiento.
http://www.elperiodico.com.gt/es/20090825/opinion/111346
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